Aumentan los hogares con acceso a internet, las librerías en línea crecen cada vez más, y motores como Google aplacan gran parte de nuestra sed informativa. Si a todo esto le sumamos la llegada de la tinta electrónica, ¿está la biblioteca en crisis? Esta pregunta es consecuencia de un viejo estereotipo; entenderla únicamente como servicio de préstamo y referencia.
La biblioteca pública moderna es un sistema integral, dedicado a conectar información y ciudadanos. Alfabetización digital, conexión a internet, talleres, creación colectiva y atención a minorías son parte de un organismo que ofrece a sus usuarios un acceso democrático al conocimiento, libre de interés comercial o corporativo. “Un lugar vivo, donde ocurren cosas”, así dibujaron la institución los profesionales, educadores y libreros presentes en el V Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas, que se celebra en el Teatro de la Laboral y tiene hoy su jornada de clausura.
¿Son los buscadores el gran rival? No en opinión de Javier Celaya, que defiende el papel de bibliotecas y bibliotecarios en la construcción de una sociedad basada en el acceso: “son profesionales de la información, y sus conocimientos sobre ordenación, preservación y criba van a ser esenciales en el mundo digital como servicio sin interés económico”.
Celaya, que toma el pulso a las nuevas tecnologías en el sector cultural desde 2004, como socio fundador del portal DosDoce, destaca la lucha de los bibliotecarios estadounidenses contra gigantes como Google, al que consiguieron “parar los pies” en su intento por ordenar “bajo criterios absolutamente económicos cosas como el dominio público”. Sostiene que este tipo de conocimiento pertenece a la sociedad, y ha de ser ordenado “desde un punto de vista orientado al interés público, no privado”.
Esta cercanía del profesional de la información a determinadas formas de activismo social es, quizá, uno de sus rasgos distintivos. Kathryn Greenhill, profesora asociada de Biblioteconomía y Documentación en la Curtin University of Technology de Perth, Australia, considera que los bibliotecarios comparten la filosofía de otro grupo, también interesado en la circulación del conocimiento: los hackers. Según Greenhill, el bibliotecario utiliza la ética y técnica hacker para prestar un servicio básico en su centro, utilizando software libre, mejorando el existente y facilitando la interacción con los usuarios. En su exposición, la profesora aconsejó alejarse de los servicios genéricos, transfiriéndolos a un organismo bibliotecario de mayor capacidad, a fin de utilizar sus recursos financieros en actividades de mayor valor añadido.
Muchos expertos coinciden en señalar que el peligro no radica en una obsolescencia de la biblioteca, sino en la falta de interés del lector. “Tenemos que mantener el hábito de lectura” dice Laura Borrás. Para la directora del Grupo de investigación Hermeneia, orientado al estudio de la literatura digital, la nueva tecnología no supone un problema, ya que los profesionales de la información incorporarán a sus fondos los nuevos dispositivos “con la misma naturalidad con la que han estado incorporando otro tipo de sistemas en los últimos tiempos”. Así pues, ¿cómo desterrar el nuevo –y falso– estereotipo de la obsolescencia bibliotecaria? Para Greenhill, esta labor consiste en evangelizar sobre el objetivo final de toda biblioteca: “conectar a las personas con la información, y a las personas con las personas”. Los centros, como punto de encuentro de usuario e investigador. “Además, no puedes tomar café en la web de Google”, bromea.
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